27/1/10

EL ARTE SUPREMO DE DAR

En una ocasión le preguntaron a León Tolstoi, cuales eran a su parecer los puntos de acción más importantes en la vida de un ser humano. A lo que contestó:
“Los puntos más importantes son tres, y se refieren a la tarea, al tiempo y a la persona.
La tarea más importante es la que se tiene por delante y en el momento presente. El tiempo más importante es ahora mismo. Y La persona más importante es aquella que necesita de nosotros”.
Aquí sólo trataremos brevemente del tercer punto que posiblemente de las tres respuestas de Tolstoi sea la de mayor grandeza y profundidad. Porque quien no niega al prójimo la ayuda que necesita y que esta a su alcance dar, se limpia de las escorias del egoísmo, obtiene genuina riqueza y madurez de sentimientos, y adquiere maestría en el arte de vivir. Existe una misteriosa Ley del espíritu a la que la voz poética de Elizabeth Barret Browning aludió de esta manera:
“Te hará rico el pobre a quien socorras: Saludable y fuerte te hará el enfermo a quien atiendas. Cada uno de los servicios que hagas a los demás te servirá con solicitud idéntica A lo que tú entregaste “.
Otro poeta, el mexicano Amado Nervo, dijo sobre el privilegio humano de dar:
“Todo hombre que te busca, va a pedirte algo. El rico aburrido, la amenidad de tu conversación; el pobre, tu dinero; el triste, un consuelo; el débil, un estímulo; el que lucha, una ayuda moral. Todo hombre que te busca, de seguro va a pedirte algo”.
¡Y tú osas impacientarte! ¡Y tú osas pensar; qué fastidio!
¡Infeliz! ¡La ley escondida que reparte misteriosamente las excelencias, se ha dignado otorgarte el privilegio de los privilegios, el bien de los bienes, la prerrogativa de las prerrogativas:¡dar!; ¡tú puedes dar!
¡En cuantas horas tiene el día, tú das, aunque sea una sonrisa, aunque sea un apretón de manos, aunque sea una palabra de aliento!
¡En cuantas horas tiene el día, te pareces a Él, que no es sino dación perpetua, difusión perpetua y regalo perpetuo!
Debieras caer de rodillas ante el Padre y decirle ¡Gracias porque puedo dar, Padre mío, nunca más pasará por mi semblante la sombra de una impaciencia!
Alguien dijo: “Quién no vive para servir, no sirve para vivir.
Artículo tomado del Libro: “Vivir en grande”, autor anónimo.